Aborto espontáneo y autogestionado, Marzo 2022
Había tenido un primer aborto, luego nació mi primera hija en horribles circunstancias, después vinieron por fin un embarazo y un parto maravillosos . En pleno postparto (mi segunda hija tenía 5 meses), de manera totalmente imprevista, llegó este embarazo. Con el padre de mis hijas, estábamos fatal. Yo lo achacaba al postparto, y a otras circunstancias que vivíamos en este momento, pensaba que era un bache muy duro pero que lo íbamos a superar. No lo sabía aún, al menos no conscientemente, pero 4 meses más tarde, no separaríamos.
Un simple retraso que se convirtió en secreto
El caso es que me enteré sola de este embarazo, se me había "retrasado" la regla una semana. Pero como sólo era mi segundo ciclo desde mi último parto, no me preocupé mucho. Sabía que era normal que todavía fueran ciclos irregulares. Compré e hice un test de embarazo a última hora del día, sólo para tranquilizarme.
Positivo.
Se me cayó el alma al suelo. Tiré el test de embarazo al fondo de la papelera del baño y regresé a la yurta. Las niñas dormían, mi pareja estaba ocupado. Me metí en la cama, como un robot. Por la noche me desperté no sé cuántas veces para darle la teta a mi bebé y llorar en silencio.
¿Cómo y cuándo contarlo?
Al día siguiente, pensaba decírselo a mi pareja. Pero ese día, tuvimos otra bronca enorme. No era el día para hablar del tema. Al día siguiente, aunque se había calmado la tormenta, las aguas todavía no habían vuelto a la quietud completa, no me atrevía a anunciarle este tsunami. Al tercer día, empezábamos a estar mejor, no quería estropearlo. Al cuarto, tuvimos otra pelea. Y los días se fueron sucediendo así, sin que encontrara el espacio para comunicárselo. Apenas lo encontraba para procesarlo yo misma.
Al cabo de una semana viviendo mi embarazo a escondidas, cuidando de una niña de 2 años y medio y una bebé de 5 meses, totalmente desbordada (mi pareja acababa de reincorporarse al trabajo y yo empezaba a formarme como partera), entendí que no quería tener otro bebé tan pronto. Pero al día siguiente, el instinto y el amor me sobrecogían y, quitando del armario la ropa que ya no le valía a mi bebé, no era capaz de resignarme a regalarla.
En medio del caos que reinaba en casa y de nuestras broncas tan frecuentes, entendí que necesitaba saber lo que yo quería antes de comunicarle a mi pareja este embarazo. No tenía claro lo que él querría, pero quería tenerlo claro yo, sin que me influenciara su opinión.
Verlo con claridad
Tardé algo como 2 semanas en tenerlo claro: quería abortar. Tenía motivos de sobra:
Me sentía absolutamente extenuada y desbordada por la crianza
Quería tener tiempo que dedicarles a mis dos hijas, la llegada de un tercer bebé tan pronto lo iba a impedir
No tenía apoyos (mi familia vive en mi país natal y coincidía con una época en la que mis amigas más cercanas se habían mudado a la otra punta del mundo)
Estaba formándome para reorientarme profesionalmente, llevaba poco más de un mes y me apasionaba lo que hacía
Apenas llegábamos a fin de mes
La yurta aún no estaba terminada del todo
Mi pareja y yo nunca habíamos estado tan mal entre nosotros
Había tomado una decisión. Y volvió el dilema de cuando comunicársela a mi pareja. Aunque lo tenía claro, también me ponía muy triste la idea de abortar. Tenía que decirle que estaba embarazada. Y tenía que decirle que quería abortar. Necesitaba encontrar un momento en el que estuviera receptivo. Un momento en el que pudiera acoger la noticia y arroparme en mi decisión.
Este momento no llegaba: entre las niñas, su trabajo, mi formación, las broncas... Empecé a pensar que las fechas límites se acercaban demasiado (estaba cerca de cumplir las 10 semanas de embarazo).
Pensé en tomar plantas abortivas, di el paso de comprarlas, pero no conseguía dar el paso de tomarlas sin haberlo hablado previamente con mi pareja. Con casi nadie en realidad. Solamente se lo había confesado a Valle, en una conversación telefónica, mientras ella se encontraba en Guatemala, también embarazada. Y a un amigue alojado temporalmente en nuestra finca.
Agradeciendo la espontaneidad de mi aborto
Una mañana de marzo empecé a sentir calambres en la parte baja de la barriga. Algo similar a mis dolores menstruales en mis ciclos más dolorosos. Coincidió con la visita de una amiga. Ella deseaba por encima de cualquier cosa, quedarse embarazada de nuevo. Casi todas nuestras conversaciones giraban en torno a este tema. Esa mañana no hizo excepción y me pudieron las emociones, me abrí y le conté todo.
Tuve calambres el resto del día, pero seguí haciendo vida normal. Cuando me fui al baño antes de meterme en la cama, al limpiarme vi algo de sangre en el papel. Muy poquito, pero asociado a los calambres que me habían venido a lo largo del día, me resultó extremadamente esperanzador. Recuerdo una sensación de gratitud tremenda. No podía afirmar claramente que iba a tener un aborto espontáneo, pero lo deseaba y se lo pedí activamente al universo.
Recuerdo que, desde el positivo en el test de embarazo, rezaba a diario para no tener que tomar decisiones. Y la vida había escuchado mis plegarias. ¡Mi bebé, desde dentro de mi útero, había entendido que había escogido el portal y el momento equivocado para llegar a este mundo!
Estaba triste y feliz a la vez. Decidí regresar a la yurta y dormir a las niñas. Mi pareja y yo, como era lo habitual en esa época, estábamos enfadados. Simplemente le dije que las dormía y luego me aislaría fuera de la yurta, a darme un baño caliente y escribir, le pedí que me diera relevo con las niñas si se despertaban. Recé al universo para que las niñas tuvieran buena noche y el aborto fuera rápido y fácil.
Así fue.
Relato de un aborto a solas
Mientras mamaban mis hijas, las contracciones iban cogiendo ritmo. Cuando se durmieron, me levanté y el cambio de posición le dio bastante intensidad al asunto. Me preparé un baño caliente, y encendí la calefacción en el baño. El sangrado ya era consecuente.
Sentí las olas, cada vez más fuertes, pero llevaderas. Me metí en el agua. Estuve un buen rato en la bañera, añadiendo agua muy caliente cada poco, moviéndome en cuclillas, el agua no me cubría más que hasta los gemelos, pero el vaho me sentaba bien.
No sé muy bien cuanto tiempo pasó, me olvidé del reloj y del resto del mundo. Sentí, en un momento dado, cómo bajaba. Sabía que llegaría con la siguiente contracción. Puse mis manos para recoger a mi bebé. Y salió sin dolor, despacito.
Era muy pequeñita, rosada, parecía de goma. Tenía una forma extraña, unas manos y unos pies que más bien parecían unas aletas diminutas. Sus ojos parecían dos minúsculas canicas de azabache. No parecía un bebé a término, desde luego. Pero me enamoró.
La recogí, la observé, la besé. Me senté en el agua caliente de la bañera y le hablé. Le agradecí. Le ofrecí volver más adelante. Le deseé buen viaje. Me despedí con cariño e intimidad.
Le puse nombre.
Lilith.
Libre e insumisa.
Al cabo de un rato, me di cuenta de que el agua de la bañera estaba muy roja y entonces me acordé de que el agua caliente no era buena idea, abrí el tapón de la bañera y me aclaré con agua más tibia. Al salir de la bañera me mareé un poco así que me senté en el suelo, con Lilith en la mano.
Guardaba en el armario, debajo de la bañera, un tarro pequeño de cristal que solía usar para recoger la sangre de mi regla. Lo cogí y lo llené de agua caliente, y la puse dentro. Estaba muy cansada y sentía la necesidad de dormir.
Me sequé, me vestí, volví a la yurta y me metí en la cama. Abracé a mis niñas y me dormí. A la mañana siguiente, mi pareja estaba trabajando, le puse a mi hija mayor unos dibujos animados, metí a mi hija pequeña en la mochila de porteo y fui a buscar a Lilith.
Entre la higuera y el nogal, debajo de la cala, le hice un hueco. Abrí el tarro y la saqué. El agua se había enfriado, como era evidente, pero me resultó violento. Estaba un poco hinchada y algo más pálida que la noche anterior. La besé, lloré y la enterré. Y me quedé sentada ahí un buen rato.
Todo había ocurrido a escondidas, mi duelo también iba a ser clandestino. Mi pareja no lo supo hasta meses más tarde, cuando en plena ruptura le hice un relato de mi aborto . Nunca tuve intención de escondérselo, pero me faltó la oportunidad, las circunstancias, me faltó valor para contárselo mientras lo vivía. Me faltó sentir que mi vivencia iba a ser acogida con el amor y respeto que necesitaba.
Clém, Febrero 2024
Escrito 2 años después del aborto
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